El contexto cultural influye en las emociones, forma parte de ellas, de tal modo que adquieren su significado real en situaciones interpersonales hasta el punto que son construidas socialmente (Harré, 1986). De esta manera la cultura determina lo aprobado socialmente en las relaciones humanas. Establece los roles que se deben cumplir para que cada individuo pueda llevar una vida aceptable, pero la realidad es que la cultura varia de un lugar a otro, entonces ¿qué es lo dogmáticamente correcto?
Un ejemplo importante de esto es, que para lograr el objetivo de tener una relación romántica significativa en nuestra cultura, se ha llegado a establecer casi indiscutiblemente, que los celos son pruebas contundentes de un amor sincero, Pines (1998) define los celos como una respuesta a lo que se percibe como una amenaza que se cierne sobre una relación considerada valiosa o sobre su calidad, pero objetivamente resulta contradictoria esta aseveración en lo que respecta al amor maduro.
“Yo hago mis cosas y usted las suyas, yo no estoy en este mundo para vivir de acuerdo a sus expectativas, ni usted está en este mundo para vivir de acuerdo a las mías…” dice Fritz Pearls cuando habla de un amor maduro, uno donde implica establecer límites y vivir independientemente de la otra persona. Los celos son personales y en un porcentaje elevado son independientes, desarrollando una capacidad creativa al respecto, atribuyendo características de actitudes y comportamiento que en ocasiones son contradictorios a lo que realmente pueda llegar a hacer la persona amada.
Es grande e incluso puede llegar a ser desgarrador el sufrimiento que producen los celos, la inseguridad, el miedo al abandonado o la traición cuando se ha depositado la confianza en otra persona. Pero ahí entran dos cuestiones, la primera es: “¿realmente se depositó la confianza en el otro?”. La expectativa de un inminente engaño siempre está presente así como el temor al mismo, la incertidumbre carcome las ilusiones de una relación estable. Es enfermiza la búsqueda de razones que comprobarán el engaño tan esperado, incluso mucho antes de siquiera tener pruebas contundentes (Watzlawick, 1983). La paradoja es, que es precisamente el evidenciar dichas pruebas lo que produce un sentimiento de seguridad y/o de control ante una situación apenas explorada pero temida, por lo que se han evaluado exhaustivamente todos los peores escenarios con la suficiente anticipación que garantizaran la sospecha constante.
La otra cuestión tiene que ver con “¿por qué no desistir del sufrimiento provocado?”, algunas respuestas posibles para el codependiente serán en general la búsqueda de la justicia de un mal que uno mismo se ha generado o atribuido sin darse cuenta. Pero en realidad es mucho más simple una respuesta objetiva, casi mecánica -cuando algo no funciona como se espera, pese a todo lo que haga, hacer lo mismo no hará que funcione diferente (Watzlawick, 1983)-. Esto es claro para la persona emocionalmente independiente, pero para el que sufre de celotipia, eso sería un caos, implica una renuncia, un fracaso terrible, una marca de por vida.
Pero ¿de dónde viene tanta inseguridad, tanto miedo al abandono, a la traición? Se puede admitir con frecuencia que no es falta de consciencia, porque es evidente que tiene que ver con experiencias previas a la relación. Ya está formada la idea de que el engaño será inevitable, como inevitable será para el codependiente que se convierta en “victima”, y esto permitirá continuar la vida desde esa posición sin necesidad de tomar responsabilidades.
Lic. Jazmin Gaillard Castañeda